Nada es lo que uno espera, pero para el que tiene fe todo es de alguna manera mucho mejor.
Me case hace tres años, en el 2016. Nuestra idea como pareja era esperar antes de ser padres, al menos unos cuantos meses para “disfrutar” de nuestra etapa juntos. Como muchos, esperábamos que las cosas fluirían solas, sin mucha complicación, nos casamos, nos embarazamos, tenemos dos - tres hijos, trabajamos un tiempo considerable de nuestras vidas, los mandamos al colegio, crecen los hijos, nos hacemos viejitos juntos y listo, lo normal, lo esperado. Pero al menos en mi caso, este plan macro de mi vida ha requerido algunos pincelazos de color, no todo ha sido rosa.
Me embaracé a los cuatro meses de casada y las fechas decembrinas eran perfectas para dar la noticia de la llegada de nuestro primer bebé. Fue muy especial, estábamos asustados y felices, nerviosos, deseosos. Escuchar su corazoncito por primera vez fue emocionante, nos moríamos de ilusión. Disfrutamos de este embarazo nueve semanas pero lamentablemente tuvimos que despedir a nuestro pequeñito, tuve un aborto espontaneo que nos cambió los planes. Fue muy difícil. Entramos en la estadística, es “normal” decía la doctora, los abortos espontáneos suceden en las primerizas más de lo que pensamos. Todo estará bien, hay que esperar un tiempo para pensar en otro embarazo.
Así, después del tiempo recomendado vino nuestro segundo embarazo y luego un tercero, muchos estudios de sangre, visitas con diferentes ginecólogos, mil preguntas sin respuesta, mucho dolor, desanimo, culpa, tiempos de oración en donde no había nada que decir, solo llorar. Llegue a la conclusión de que efectivamente la vida es un milagro, un don precioso que se nos da y como madres se nos comparte este don. Y como don que se otorga no hay nada que puedas hacer para retener aquella vida que tanto anhelas, es en el tiempo de Dios que todo se decide y la vida florece.
Llegó mi cuarto embarazo, era más mi miedo que mi alegría, acudimos con algunos doctores recomendados, que no me dejaban nada tranquila.
Oré mucho, le pedí a Dios mucha sabiduría para saber con qué doctor acompañarme en este embarazo. Comenzaron mis semanas tratando de llevar el embarazo lo más normal posible, continuaba trabajando de tiempo completo y llevaba mi vida lo más normal que podía, pero orando, orando mucho a Dios por esta vida que llevaba en mi vientre.
Dios fue bueno y nos concedió salir de las primeras semanas de embarazo con bien, pudimos compartir con nuestra familia la noticia que nos llenaba de mucha alegría. Dios me bendijo con un embarazo tranquilo, sin muchos achaques, estaba feliz. Alrededor de la semana treinta, mi ginecóloga me avisó que el bebé estaba creciendo un poco menos de lo esperado, confirmamos que tenía una condición llamada restricción del crecimiento intrauterino, por lo que nos notificaron que el monitoreo sería más seguido, a partir de ahí vería a mi doctora cada quince días o cada semana dependiendo, sabíamos que muy seguramente el bebé tendría que nacer antes de lo esperado si no crecía dentro de mi vientre.
Aun así, seguimos la vida normal. Yo tenía mil y un planes, como muchas mamás me puse a leer sobre la llegada del bebé, el parto natural, la lactancia materna, los pañales ecológicos y otras cosas que me hacían mucha ilusión. El baby shower estaba listo y la lista de cosas que comprar también, íbamos a esperar a que pasara el festejo para comprarlas.
La madrugada del 11 de Mayo del 2018, comencé a sentirme mal, sentía algo así como una gastritis, mi doctora me recomendó una pastilla y reposo, si no mejoraba tenía que volverla a llamar y así pasó, no me sentía nada bien, me dolía la boca del estómago, acudimos al hospital a las cuatro de la mañana, me hicieron varios estudios y un eco para ver que todo estuviera en orden, yo solo pedía que me dieran algo para el dolor de panza, pero nada. Mi doctora se apareció muy temprano ese día, me dijo tienes preeclampsia y el síndrome de helpp, tenemos que operarte ya, no te puedes ir. Entre mis bromas le pedía a la doctora que me dejara salir para mi baby shower, faltaban solo dos días!! pero no lo conseguí. Sin mucha conciencia de lo que venía nos dispusimos a recibir a nuestro bebé, con nervios y todo pero gracias a Dios estuve despierta para ver a mi bebé en el quirófano y escucharlo llorar, le di un beso y se lo llevaron rápido a la unidad de cuidados intensivos porque su respiración era débil.
Mi bebé, Miguel Ángel, nació a las 10 de la mañana el 11 de Mayo del 2018 a sus 35 semanas de edad y pesando 1800 gramos. Desconocía lo que vendría después, por mi parte estaba noqueada por las medicinas que tuvieron que ponerme tras la preeclampsia, así que pase un par de días en terapia intermedia. Mi bebé estaba en el UCIN con el estricto horario de visitas, no hubo un letrero hermoso con el nombre de mi bebé en ninguna puerta, ni globos, porque no nos dio chance de nada.
Un día después y en silla de ruedas pude ir a verlo, se me partió el corazón, verlo tan pequeñito y tan indefenso en una cajita transparente que lo mantenía calientito, para ese siguiente día ya pesaba 100 gramos menos, algo normal en los recién nacidos, tenía unas pequeñas puntas en la nariz para ayudarlo a respirar y una sonda para alimentarlo y yo que me moría por tenerlo conmigo. Traté de no desanimarte y comencé la extracción de leche, me dijeron que si lograba la producción de leche le podrían dar esta misma a mi bebé por medio de la sonda.
El tiempo en el UCIN es muy difícil, choca con cada idea que una como madre se haya hecho antes, no poderlo cargar, tener que ponerte guantes y meter la mano en un pequeño hoyo de la caja donde estaba para poderlo acariciar era la frustración más grande de mi vida.
Llegar en el horario de visita y verlo en pañalitos o en su ropita de hospital, solito con una lamparita que lo calentaba. Además ves a otros bebesitos ahí, igual de frágiles o más, se te parte el corazón. Otras mamás en bata apenas dando algunos pasos para poder ver a sus bebés. Es sin duda de las cosas más difíciles que me han tocado.
Mi bebé estaba bien gracias a Dios, solo muy chiquito, no podría salir de cuidados intensivos hasta que mejorará su respiración y pesara al menos dos kilos, así que nuestra oración se volcó para pedirle a Dios que ganara el peso necesario lo más pronto posible para tenerlo en casa. A mí me dieron de alta cinco días después de su nacimiento, fue el sentimiento más horrible tener que irme a mi casa sola sin mi bebé. Solo podíamos visitarlo tres veces al día, trataba de ir siempre y cuando me ganaba el cansancio por mí recién cirugía, me sentía la peor madre del mundo. Mi rutina era extraerme leche y congelar, después visitarlo y pedir en el hospital más biberones para mis siguientes extracciones de leche.
Trataba de no desanimarme. Sentía que era lo único que podía hacer por el, además de orar.
Por fin llegó el día, quince días después de su nacimiento el pediatra dijo que el bebé estaba listo para irse a casa, aun no pesaba los dos kilos, pero estaba cerca y principalmente sano. Fue lo mejor! Estábamos felices mi esposo y yo, listos para amar a este pequeño con todo nuestro corazón, era la caricia de Dios después de tantos embarazos perdidos, una muestra grande de su poder y de la confianza que nos tenía como padres.
Aun así, nos parecía tan frágil y chiquitín que moríamos de miedo de cargarlo y bañarlo, de que se nos ahogara con sus reflujos, etc. En general puedo decir que nada en este embarazo fue como lo planeamos definitivamente, pero la llegada de nuestro hijo ha sido el mejor de los regalos, que no se compara con ninguna de las cosas que se puedan esperar en la vida. Si bien, no llegamos ni al baby shower, no le pude comprar nada de ropita, ni colchas, la leche materna no fue su única fuente de alimento, le dieron chupón sin mi permiso y no usamos para nada el fular ni muchas otras cosas, así con su llegada nos cambió la vida, así como fue, así con el susto y todo se me llena el corazón de agradecimiento a Dios por la vida de mi hijo.
Estamos felices por que Dios nos escuchó y vio el anhelo de nuestro corazón y nos sacó adelante para disfrutar ahora de un bebé sano, lleno de energía, que ni parece que haya sido prematuro.
Joana Saldaña
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