Hola! Soy Paty Bovio, mama de dos muñecas: Sophia y Alexandra. Sophia me convirtió en mama en el 2015, después de un embarazo que disfruté muchísimo a pesar de que los últimos meses me obligaron a estar en reposo dado que empecé a desarrollar preeclampsia. Cuando esta se empezó a tornar un poco mas severa, tuvieron que inducirme el parto en la semana 37. Sophia, aunque nació muy pequeña, estaba en perfecta salud y la disfrutamos desde el momento que llegó a nuestras vidas tras un parto natural sin mayor complicación.
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La historia fue muy diferente con Alexandra y jamás imagine todo lo que viviríamos. Nos enteramos que estábamos embarazados a finales del 2017. En este embarazo, que desde un inicio manejamos como de alto riesgo, las complicaciones empezaron mucho antes y para el cuarto mes yo ya estaba en reposo total. La preeclampsia es una enfermedad muy traicionera, yo me sentía muy bien. No presentaba hinchazón, dolores de cabeza, nada... solo una presión muy alta que no me podían controlar con nada. Así que un día de Abril (que era el quinto mes) me internaron con la instrucción de no ser dada de alta hasta que la bebe naciera: estaba en reposo total, diario me sacaban sangre para revisar el funcionamiento de mis órganos y diario monitoreábamos a la bebe para ver que no estuviera bajo estrés. Así pase muchos días, tratando de estar tranquila para que la bebe creciera lo mas posible pero desesperada porque mi Sophia (de 2 años) estaba en casa, alejada de su mama. Fueron semanas muy complicadas y estresantes. Adicional a que yo vivo en Estados Unidos, toda mi familia esta en México. Gracias a Dios tuve el apoyo de algunos familiares que pudieron venir y de mis amigos más cercanos en EU.
La noche del 16 de mayo mi cuerpo me traicionó. La beba estaba presentando estrés y problemas en su ritmo cardíaco. De pronto mi enfermera ya no platicaba, se sentó al lado de mi cama y solo veía los monitores. Luego llego otra enfermera, después otra… entonces mi esposo y yo supimos que la situación era seria. El doctor nos confirmó que la bebe tendría que nacer de inmediato pues no sabíamos que le estaba causando tal estrés. Unos minutos más tarde estábamos camino al quirófano. Yo aun no razonaba que estaba pasando, pero tenía muchísimo miedo. Mi cuerpo temblaba de una manera que yo no podía controlar. Ya estaba un equipo del NICU esperando la llegada de mi bebé. De ese momento sólo recuerdo los grandes ojos azules de la enfermera (ya tenía el tapabocas puesto) que me daba palabras de aliento y me decía que estaban listos y esperando a la beba. Durante ese tiempo yo solo le pedía a Dios que le permitiera llorar, y así fue, a las 11:40 PM nació y escuche su llanto, que más bien fue como un aullido de un gatito, muy débil pero que me dejo saber que estaba bien. El estrés de la bebe era porque la placenta se había desprendido, unas horas o quizá minutos más, y Alexandra no hubiera sobrevivido. Como era de esperarse, el equipo del NICU se llevó de inmediato a mi bebé, yo solo la vi pasar. Nada, absolutamente nada, era lo que yo había soñado para este embarazo y parto.
Entonces conocimos el NICU y empezamos un proceso que duro 105 días, los más largos de mi vida. Vi a tantas familias llegar e irse, y nosotros seguíamos ahí. Vi y aprendí tanto y concluí que todas las mamás pasamos por un proceso muy similar.
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Pasaron 24 horas para que yo pudiera ver a mi bebé. El diagnóstico inicial fue positivo, estaba respirando sin asistencia, pero este cuadro cambio muy rápidamente. Alexandra se debilitó y fue necesario intubarla y que usara un respirador artificial. Entonces caí en cuenta de que cada respiro era un reto para ella. Yo no podía dejar de llorar. Recuerdo estar en su incubadora, llorando, y uno de los neonatólogos se acercó conmigo a invitarme a platicar y que le preguntara todas mis dudas. En ese momento yo no tenía una pregunta en particular, pero estaba devastada de ver a mi bebé conectada a tanto cable, catéter, sonda, ventilador y aparte sedada... completamente inmóvil. Fue ahí cuando sentí mucha culpa: mi cuerpo no protegió y cuido de mi bebe como debía. Junto con la culpa me llene de shock de ver a una vida tan frágil e indefensa, pero que amaba profundamente y por la que daría lo que fuera por su bienestar.
Después de la culpa y el shock, llega el miedo.
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Conforme fueron pasando los días, empezamos a recibir diagnósticos que sonaban terribles. No voy a entrar en detalle de ellos, pero asustaban a cualquiera y nos hicieron temer por la vida y futuro de Alexandra. Cada día parecía que nos daban una noticia nueva. La mañana que me dieron de alta fue muy difícil. Recuerdo haber estado toda la mañana en el NICU, luego mi esposo y yo nos fuimos, sin bebé. Pasé por las salas de espera, llenas de familias que estaban esperando o celebrando la noticia de la llegada de sus bebes y yo iba sola con mi esposo, con la cara hinchada de tanto llorar. Les quería gritar que yo también había tenido un bebé, sólo que mi chiquita estaba luchando por su vida y yo ni siquiera me podía quedar a su lado.
Luego empieza un periodo de soledad.
Como muchos de los testimonios de otras mamás prematuras, yo también me aislé y me enojé. Me salí de grupos de WhatsApp, no me interesaba ni quería escuchar conversaciones banales, cuando Alexandra luchaba por su vida sola en una incubadora. Yo aprovechaba cualquier minuto para pedirle a Dios y a la Virgen que le permitieran salir adelante. Tuve que tomar la decisión conscientemente de dejar de llorar y mantenerme optimista.
Alrededor de la semana 3, los pronósticos empezaron a ser mas positivos y mi bebé daba signos de mejoría y que iba salir adelante. Yo seguía yendo al NICU en todas las oportunidades posibles y aunque el diagnostico ya era mejor, la experiencia no dejaba de ser muy abrumadora. Yo tenía la esperanza de que Alexandra saliera alrededor de su fecha de nacimiento que era en Julio. Sin embargo, conforme se acercaba la fecha aun faltaba mucho para que la pudieran dar de alta: empezaba a presentar otros problemas que, aunque no eran muy serios, si retrasaban su salida: no comía y por lo tanto no subía de peso, luego regresaban los episodios de apnea, bajas células blancas. En fin, si no era una cosa, era otra y yo ya estaba desesperada... tenía demasiada frustración de que la bebé no tenía fecha de salida y yo seguía partiéndome en mil pedazos para atender a las dos niñas, estaba física y emocionalmente agotada. Recuerdo que la piel de mis manos y brazos estaban completamente resecas de tanto que entraba y salía del NICU y tenía que lavarme las manos con el jabón que más bien era alcohol puro. Gracias a Dios, se llegó la fecha, y después de 15 semanas en el hospital, mi bebé salió y llegó a su casa.
La verdad es que la odisea de tener un bebé prematuro no se acaba cuando sales del hospital.
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Hemos tenido que ser muy cuidadosos y mantenerla aislada de gente; muchos amigos y familia aún no la conocen dado que su sistema inmune es mas vulnerable (aparte de que salió en plena época de enfermedades respiratorias). También hacemos terapias físicas, vamos al doctor muchas mas veces de las que fui con mi primer bebe: ya sea para chequeos o vacunas adicionales, la sigue viendo el neurólogo entre otros especialistas.
Alexandra nos ha sorprendido a todos y esta saliendo adelante, siempre sonriendo. En lo personal, tuve que cambiar mis horarios de trabajo y conseguir niñera de planta (a diferencia de Sophia que pudo ir a guardería). A mí me basta con recordar ciertos momentos para que los ojos se me llenen de lágrimas, creo que hay algo de cierto en que algunos papás de bebes prematuros sufrimos de ansiedad post-NICU.
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Este proceso fue súper difícil, pero me dejo muchos aprendizajes: a ser paciente, agradecida, a mantenerme positiva y a celebrar cada pequeño logro – cada gramo ganado y cada cable menos. Los bebes prematuros son un ejemplo de fortaleza y tenacidad. Todos los días le doy las gracias a mi bebe por haber luchado y gracias a Dios por habernos acompañado en todo este proceso y porque mi niña salió adelante. No es fácil, pero con Fe y por el gran amor a nuestros hijos, se aprende a vivir y salir delante de estas circunstancias.
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